Defeminición: Consentimiento

D

Traducción de un artículo de Hannah Wallen:

Uno de los aspectos más retorcidos, caprichosos e hipócritas del dogma feminista es la gran variedad de posiciones que adoptan en cuanto a la ética sexual y a las normas sexuales aceptadas. En este ámbito, se diría que el feminismo no es capaz de decidir colectivamente si prefiere la autoridad o la aflicción. En vez de eso, el activismo y las tesis feministas sobre distintos aspectos de ese mismo tema van de un extremo al otro: la clave es saber qué respuesta es la que les permite obtener el derecho a tener la responsabilidad que prefieran (tanto si es absoluta como si es nula).

Esto queda ampliamente demostrado por la variopinta promulgación feminista de normas legales y sociales que regulen el consentimiento al contacto sexual.

Inicialmente, decían que las mujeres no podían disfrutar de la igualdad sexual por culpa de normas sociales y morales falsamente aplicadas. Decían que las mujeres, en tanto que adultos independientes, tienen derecho a buscar la gratificación sexual del mismo modo y con el mismo desenfreno moral que se atribuía al comportamiento masculino. Decían que la mujer verdaderamente liberada tiene todo el derecho a disfrutar del bufet de compañeros sexuales que tiene a su disposición, sin miedo a perder con ello su reputación o su estatus. La sociedad no tiene derecho a limitar la moralidad a un único género. Por lo tanto, en nombre de la igualdad de derechos, las mujeres deben poder ser igualmente promiscuas. Un aspecto tangente de esta idea es la condena de la supuesta práctica masculina del slut shaming (crítica y devaluación de la mujer que tiene relaciones sexuales casuales). La etiqueta de slut shaming puede utilizarse honestamente: por ejemplo, como respuesta cuando alguien, del sexo que sea, considere que la participación femenina en el sexo casual es un comportamiento inadecuado; pero también puede abusarse de ella: por ejemplo, si se dice cuando alguien considere que la infidelidad femenina a un hombre supone un comportamiento inadecuado hacia dicho hombre [Es decir: cuando una mujer es infiel a su pareja, criticarla no es slut shaming, porque no estamos criticando su derecho a tener sexo casual, sino el incumplimiento del compromiso con su pareja estable. Decir que eso es slut shaming es hipócrita y deshonesto].

En contraste con la postura de “la mujer sexualmente liberada” tenemos la postura de “guardiana contra la conquista”. Esta postura se basa en tratar a la mujer como permanentemente reacia y al hombre como permanentemente ambicioso en cuanto a la interacción sexual. Para ello, las ideas de la independencia y del derecho de la mujer a obtener placer, que tanto tardaron en ganarse, se abandonan en favor de la idea de “guardiana” contra el papel del hombre como buscador permanente de gratificación sexual. A pesar de haber afirmado que la libertad sexual les otorga poder y privilegios, esta posición de “guardiana contra la conquista” considera que la gratificación es un lujo, que las mujeres son propietarias que siempre deben ser persuadidas, y que los hombres son siempre buscadores que deben persuadirlas. Elimina por completo la posibilidad de que la mujer desee obtener esa gratificación, y por lo tanto decida iniciar la interacción, y también elimina la posibilidad de que el hombre no desee el contacto con una mujer en un momento dado. Se da por hecho que los hombres se encuentran en un estado constante de consentimiento implícito, basándose en la suposición de que el hombre posee una ambición sexual perpetua, y que carece de estándares de atracción. Esa combinación de ideas sirve para justificar que las mujeres no tengan que obtener nunca el consentimiento masculino, y al mismo tiempo obliga a que los hombres tengan que obtener siempre el consentimiento femenino para llevar a cabo la interacción sexual.

En el campo de batalla de la seducción, esto ha conducido a un ambiente de expectativas en el cual los hombres deben pedir permiso en cada uno de los pasos que van desde el saludo hasta el orgasmo. La supuesta fragilidad crónica del estado emocional y mental de las mujeres debe tratarse como si los hombres estuvieran cortejando a una pompa de jabón, que podría estallar y destruirse a la menor desviación de “Las Normas”.

Para complicar ese panorama, también tenemos la consideración de que la mujer es una incapaz, que no se vale por sí misma. Jamás debe esperarse que la mujer exprese sus sentimientos en caso de no desear los avances de un hombre. Considerar que la mujer es capaz de ser asertiva, obligaría a que la mujer tuviese que responsabilizarse de su propio comportamiento sexual. Por lo tanto, debemos dar por hecho que la debilidad psicológica crónica de la mujer (que por lo demás es una mujer fuerte y liberada) le impide rechazar verbalmente una relación sexual. De esta manera, con sólo ocultar esa información, la mujer es capaz de transferir a su compañero la responsabilidad de sus propias decisiones sexuales. Al no decir nada expresamente, la mujer puede insinuar su consentimiento mediante la reciprocidad física, al mismo tiempo que se reserva el derecho a afirmar más tarde que la relación no ha sido consentida, debido a que no se ha producido un consentimiento verbal.

Esto se lleva al extremo cuando las feministas consideran que incluso la embriaguez leve constituye una condición incapacitante a la hora de determinar la posibilidad de que la mujer consienta. Aunque en cualquier otro ámbito la sociedad y el sistema legal responsabilizan a la persona que comete acciones bajo los efectos del alcohol (llamadas telefónicas, conducción de vehículos estando borracho…), el feminismo espera que la mujer que consume alcohol quede exenta de responsabilidades en cuanto a su comportamiento sexual.

El argumento de la “guardiana contra la conquista” también asigna roles sexuales para imponer el consentimiento al hombre, sin posibilidad de elección. De hecho, el activismo contra el maltrato doméstico le da poder a la mujer, al considerar que un hombre que se niega a mantener relaciones sexuales está maltratando a su compañera. Se aplica la etiqueta de “negar el contacto sexual” para arrebatarle al hombre su capacidad para consentir, obligándole, a todos los efectos, a mantener relaciones sexuales cuando se le exija.

El contraste entre estas consideraciones parece absurdo, ya que pasa de tratar a la mujer como un ser proactivo y empoderado a tratarla como un ser incapaz y frágil. Hasta que no se examina el objetivo general que se alcanza mediante este extraño baile, resulta difícil entender por qué una facción política se perjudica a sí misma de esa forma. Después de todo, estos argumentos contradictorios son fáciles de señalar y se contradicen. Entonces, ¿por qué los usan de esa manera?

La respuesta es que esa combinación apoya el uso de las etiquetas de “abuso” y “violación”, con el objetivo de controlar hasta el último aspecto de las relaciones entre el hombre y la mujer. Bajo la doctrina feminista, la mujer obtiene el derecho a la indiscreción impune, se apropia de la capacidad para consentir, y obtiene un derecho implícito a exigir el consentimiento del hombre siempre que quiera. El feminismo exige la obediencia del hombre, sin reparos, ya sea mediante un “No” o mediante un “Ahora”. Esa combinación, con la excusa de buscar el empoderamiento femenino, niega la capacidad de decisión masculina, al mismo tiempo que endosa al hombre cualquier responsabilidad por esa interacción sexual, y permite que la mujer pueda criminalizar la participación del hombre en el acto sexual siempre que quiera, incluso a posteriori. La capacidad para aplicar la etiqueta de “abuso” o “violación” de forma retroactiva es un arma muy poderosa, que puede utilizarse de muchas formas distintas: para evitar tener que seguir las normas de la relación, como venganza después de una ruptura o para obtener ventajas en materia de custodia y propiedad en un divorcio.

El activismo feminista ha convertido los términos “violación” y “abuso” en conceptos sagrados e intocables, que pueden emplearse para reducir las opciones del oponente. Cuestionar la veracidad de esa clase de alegaciones se ha vuelto social e incluso legalmente inaceptable, independientemente de lo delirantes que sean, o de que la escasez de pruebas. En ese contexto, el hecho de tener licencia para aplicar esos conceptos a situaciones carentes de una auténtica agresión, explotación o daño proporciona a la mujer un poder legal inmensamente destructivo: el poder de afirmar y no ser contradicha; el poder de exigir y no poder ser rechazada. Estas normas de interacción que el feminismo aplica al sexo y a las relaciones no pretenden proteger a la mujer de la victimización a manos del hombre. Están diseñadas para otorgar a la mujer un as bajo la manga, para que puedan utilizarlo mientras tratan de ejercer el poder sobre los hombres.

El Ratel
Follow me!
Facebooktwitterredditpinterestmailby feather

About the author

El Ratel

El Ratel ("The Badger") has helplessly seen the rise of politically correct nonsense, inclusive language and feminist ideology in his native country, Spain. After getting in contact with the MRM and antifeminist ideas, his attempts to talk about it were met with disdain and disgust. That is why he adopted a secret identity and started doing what he does best: spreading information by means of writing and translation.

El Ratel ha presenciado el auge de las estupideces políticamente correcta, el lenguaje inclusivo y la ideología feminista en su país natal, España. Tras entrar en contacto con las ideas del Movimiento por los Derechos del Hombre y el antifeminismo, sus intentos por hablar de ello fueron recibidos con desdén y desprecio. Por eso, tomó la decisión de adoptar una identidad secreta y hacer lo que mejor se le da: difundir información a través de la escritura y la traducción.

By El Ratel

Listen to Honey Badger Radio!

Support Alison, Brian and Hannah creating HBR Content!

Recent Posts

Recent Comments

Archives

Categories

Tags

Meta

Follow Us

Facebooktwitterrssyoutubeby feather